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¡Salve civis Rodrigo :

Preguntas sobre la conubii societas y, este asunto tan arcaico, merece nuestra dedicación en aras de contribuir a satisfacer tu lógica curiosidad. Me figuro que todos, en todos los tiempos de esta humanidad, se han preguntado la misma cosa y se han interrogado íntimamente algo así como: “ ¿qué hago yo aquí, y ahora, casado con este /a prójimo /a ?…, ¿ porqué me ha tocado a mí esta suegra?…, ¿ esto durará mucho ?…, ¿ cómo se termina con esto ?…, ¿ a quien se le ocurrió este invento?”.

Hay quien dice que el tal “negocio” es cosa de los romanus. No estoy seguro ni me parece justo que Romulo se cargue con el muerto ni, tampoco, las más profundas raíces históricas de la Urbs nos auxilian en semejante afirmación. Quizás haya, más acertadamente, que atribuirlo a ése dicho hispaniorum “ la jodienda no tiene enmienda”, o aquel otro de que “pueden más un par de tetas que dos carretas”, al menos para el llamado sexo fuerte que, sea dicho de paso, no es grano de anís que las citadas prominencias sean respetables…

Si nos remontamos a los orígenes de Roma parece que todo empezó con un follón de mucho cuidado, motivado por la pura necesidad de poder mojar algo de pan en alguna salsa…

Según tengo entendido, después de que Romulo resolviera, manu militari, los asuntos domésticos con su hermano Remo, con ocasión de que no se pusieron de acuerdo sobre el número de buitres que, a cada uno, se les habían aparecido en los augurios que hicieron, por su lado, en el Aventino y el Palatino, y que dio lugar a las primeras tendencias políticas de las que se tiene noticias en nuestra civilización, es decir, el partido de más buitres y el de menos buitres, entonces Romulo se encontró más solo que la una.

Para remediar su soledumbre fundó un asilo en los bosques sagrados abierto a los marginados políticos de los pueblos vecinos que, poco a poco, fue engordando con viri de todas las clases bajas. Allí, apretaditos todos, olía a humanidad masculina que apestaba y, lo que fue peor, ante la carencia de feminae dicen que aquellos asilados tenían que dormir con un tapón en cierto sitio como medida de seguridad del soma y, sobre todo, de sus almorranas.

Enterado Romulo de hasta donde alcanzaban a llegar las “cosas” en su asilo, decidió cortarlas de raíz con el llamado Plan de las Sabinas. Organizó una especie de lo que Uds., hoy, llaman “shows boys”, con los vir más macizos del asilo y, claro, obtuvo un notable éxito ya que se concentraron, en una pradera del ruma Tiber, una barbaridad de nativos de los alrededores, con sus parientas, hijas, cuñadas, suegras, sobrinas, nietas, etc. Mientras el personal femenino, y “semi”…, estaba embelesado con las tonterías que hacían, en bolas, los viri del asilo, y en el momento que los parientes de las embobadas empinaban el codo de lo lindo, Romulo da una señal convenida a sus machotes y, éstos, raptan a las feminae, sin mucha resistencia, pues la que más y que menos estaba a 100 per horis. La mayoría de ellas fueron cogidas al azar por el primero que las tuvo a manu. Y, aunque hubo protestas y reclamaciones de sus propietarios, la verdad es que las raptadas no pusieron muchas pegas aunque, algunas, se quejaron de  coacción, pero con la boquita pequeña y sin mucho escándalo, que el manu no llegó a más incidente diplomatico. 

Así empezaron la llamadas instituciones del usus, del concubium, del contubernium, del stuprum, del repudium (más tarde conocido como divortii) y del adulterium, todas ellas hijas de la conubii societas, y fue, como digo, con la manu y sin muchas contemplaciones pues aquellos tomadores eran más rústicos que un arado. Y ciertamente así, también, evolucionó y se desarrolló. Por eso, según tengo entendido, el dicho de “meter manu” tiene su origen etimológico en aquel ancestral acontecimiento histórico que, nunca, los romanus intentaron  desdibujar ni disimular, al menos durante sus tiempos heroicos e imperiales.

El ius conubii que, a continuación del trajín de las sabinas, fueron hilando los quirites constituyó una necesidad para poner orden y concierto en la administración de la institución de la manu y que nadie se olvidara del ancestral ius de pernada del vir sobre la feminae y que, Uds los celtiberos, conocen muy bien.

Durante largos siglos esta societas recibió el nombre de usus, después concubium, pues no conviene olvidar que para mis antepasados la concubia nox era el momento del primer sueño, o del primer polvo, como Uds suelen decir, concumbo acostarse con alguien y, si me aprietan en etimología, conculco que es pisotear, maltratar, despreciar, pertenece al árbol genealógico de concubium.

Posteriormente los quirites establecieron las divisiones legales, primero de las iustae nuptiae para afincar los concubium con todas las bendiciones de la decente patricia sociedad y, segundo la iniustae nuptiae donde arrinconaron el usus, concubinatum, contubernium, incestus, stuprum, formas sabinianas de conubii salvaje y bárbaro.

Para las iustae nuptiae se crearon los conceptos convenientes como fueron la affectio matrimonii, el honor matrimonii que alumbraron el concepto de legitimun matrimonium y sus aforismos “Nuntias non concubitos, sed consensos facit” “ Non enim coitos matrimonium facit, sed maritalis affectio”, o lo que es igual: “no se trata de joder anárquicamente sino hacerlo por consenso” y “no se trata de follar sin ton ni son sino hacerlo con dulzura”, que cargan las tintas en el contrahere nuptias, es decir, en el acuerdo de dos voluntades, contractus, y que puede ser sinónimo de convenir o consentir. Algo así como joder contractualmente con todas sus claúsulas.

Ahora bien, aunque los que practicaban las iniustae nuptias eran, extraoficialmente y con mayor denuedo, los patricii, aquello quedó para gente de mal vivir, servus, libertos, peregrinii y extranjeros que fornicaban more uxori. ¡ Lejos ya la solera de aquellos tiempos en que cada vir machote se las apañó para coger a la primera feminae que tuvo a manu!… Tiempos aquellos…

Sin embargo, las esencias añejas de aquel perdido tiempo se conservaron, y resumieron, en el conubium cum manu, que fue la forma rancia del sometimiento de la feminae al pater familias, de propio iure, la patria potestad , es decir, se condensaron en la autoridad absoluta del padre sobre los hijos, el ius vitae y necis del marido sobre la mujer que tenía a su cargo in manu, como si se tratara de una de sus hijas, ius que fue recogido en las XII Tabularum y las leyes sagradas porque sagrada era la sujeción, la supeditación perpetua de la sabina al vir y al gineceo, en espera de la nupcias, aleccionada en las labores propias del hogar, especialmente en el manejo de la rueca, el huso y el bastidor símbolo de las virtudes domésticas de la ejemplar esposa. ¡No faltaría más!… De hecho, Estrabon decía que los de Celtiberia, sobre todo los vassconnes, pueblo irredento y de muy dura mollera, era la tribu más incivilizada que reconocerse puede ya que sus mujeres mandaban en todo, y la herencia se transmitía de coño en almeja sin que pudiera intervenir el pito como no fuera para mear entre batalla y batalla con los hijos de Romulo y Remo. De ahí que sus aguerridos consortes sólo aparecían por las aldeas para entregar el botín y satisfacer las necesidades más perentorias de sus señoras y…¡puerta!. El sabio griego se hacía cruces de cómo, en las citadas tribus, se había llegado a instituir la “Coñocracia”, lo que ponía en evidencia su incivilidad intrínseca…

Probablemente el modo más primitivo de matrimonio ad manus, propio de familias plebeyas, fue una especie de usus de larga duración y que consistía en el concubinatum durante, al menos, un año, al cabo del cual el paterfamilias intervenía para establecer legalmente la soberanía de la manu. Pero las verdaderas ceremonias eran las que hacían los patricii, como Dios manda, siendo la más antigua la coemptio que se trataba de una simple compra en presencia del marido, del padre de la novia y de cinco ciudadanos romanos que actuaban como testigos. El padre realizaba la venta a cambio del nummus unus, es decir, del precio correspondiente acordado previamente. Acompañaba a esta transacción una figura simbólica, el libripens o portador de la balanza que indicaba que la compra del producto era justa, vamos, que no se daba de más ni de menos y que la cosa se había vendido por un precio único (unus), ¡vamos!, una verdadera ganga. Posteriormente el nummus fue sustituido por la dote que no tenía el inconveniente del unus, precio cerrado, y que podía suponer muchos más nummus.

De hecho los quirites de pura cepa, venidos a menos, explotaron la agnatio de la pureza de sus hematíes, en la alta y baja República, el bajo, mediano, alto y super alto Imperium (hasta nuestro días), y en el tiempo hasta sus caídas y recaídas, cazando las dotis de las servis venidas a más, de las poco agraciadas por la naturaleza o de las viudas de consulis que yendo con el Imperium hacia Dios se habían roto la crisma al caerse de alguna muralla bárbara o ir a parar al fondo del terraplén del castrae. Practicaban lo que Uds conocen como dar un buen braguetazo.

Años después el conubium evolucionó un poco y fue a parar a la confaerratio. Aquella forma de conubium constituyó todo un símbolo pues su etimología tiene mucho que ver con el forraje que se da a las mulas. El matrimonio quedaba sellado cuando el Flamen Dialis y el Pontifex sacrificaban, a Jupiter, un carnero y le ofrendaban unos panis hechos con trigo de paja dura y corta, el farreus. La venta ya no era necesaria y, entonces, se celebraba el abandono por parte de la esposa de los cultos domésticos paternos y la integración en los del esposo porque, éste, la aseguraba el correspondiente forraje o manduca.

La noche previa la novia perdía, antes, su niñez ofrendando a los Lares sus muñecas, juguetes, etc y se preparaba para lo “otro” mediante una vestimenta y aderezo ciñéndose un cinturón de lana atado con doble nudo, el cingulum herculeum que el esposo, en el momento del concubinatum, tendría que desatar antes de plancharla. Pero no era fácil casarse pues no solo había que escoger acertadamente la fecha de la ceremonia sino, también, que los augurios estuvieran acordes con la ocasión y, sobre todo, saber desatar el jodido nudo que, a veces, no era tan fácil.

En la Urbs, el asunto de la fecha dejaba poco margen de elección ya que se tenía que contar con no cabrear al espíritu vengativo y dañino de los muertos. Si la novia era viuda resultaba difícil encontrar una fecha, pues el anterior poseedor se ponía muy insolente y resultaba imposible conseguir un buen augurio. El problema era que las viudas constituían, por lo general, lo mejores partidos. No hablo ya de la viuda que para quedar en dicho estado se hubiera desprendido del paquete con un plato de sabrosas amanitas faloides y, entonces, ese espíritu enfadado, y con razón, no había forma de llegar a un acuerdo con él para que permitiera el nuevo usus.

Por otra parte, para encontrar la fecha propicia los novios debían seguir un curso acelerado de kalendas pues se descartaban: las fiestas Parentalias; lógicamente del 18 al 21 de febrero pues era la fiesta de los muertos; el mes de mayo de ninguna manera porque, también, se hacían los sacrificios a los difuntos; el 24/08, 5/10 y 8/11 no podía ser pues, se decía, estaba abierto un subterráneo en el Forum que se comunicaba con la antigua necrópolis del Palatinus y, ésta, por un pasillo oscuro, con el reino de Hades; el mes de marzo ni pensarlo pues los sacerdotes de Mars danzaban, todo el mes, con lanzas y escudos y, a este Dios, todo lo que no fuera bellum lo veía como mariconadas y, mayormente, el matrimonio por aquello de “haz el amor y no la guerra” y, claro, ningún mortal se atrevía a llevarle la contraria descaradamente;  tampoco la primera quincena de junio ya que no se sabía porqué, pero todos creían que estas fechas no eran propicias.

Así que lo más prudente era casarse en los hilaris dies, los días alegres de la Urbs, pocos, ya que cuando no llovía, o granizaba, o nevaba, o se desbordaba el Tiber, o se estaba en periodo de bellum, o para declararla, o invadidos por vecinos o bárbaros, o recibían la noticia del desastre de un Ejercito o una Armada, etc,  por lo que, en resumen, los días joviales se contaban con los dedos. Ocurría que cuando se veía un día con buena cara se formaban unas colas tremendas delante de la casa del Pontifex y, éste, considerando lo largo de cada ceremonia, ya que si ocurría algo raro durante la misma, por ejemplo, un simple estornudo, se volvía a empezar, aún haciendo horas extras, podía llegar a celebrar dos o tres nuptias, como máximo.

Por tanto, es comprensible que la gente se empleara, a fondo, en el concubinatum, el contubernium, el stuprum, y otros usus, formas menos complicadas de cumplir con el deber fisiológico, sin tener en cuenta si los días eran o no propicios, diciéndose así mismos “¡ que me quiten lo bailao!”. Y es que hay que reconocer que mis compatriotas constituían el pueblo más pragmático que Jupiter parió sobre la Tierra…

Pues bien, si alguna pareja lograba encontrar el día, y en el carnero sacrificado no se hallaba que tuviera úlcera de duodeno, descomposición o cirrosis, celebraban y se pronunciaba la fórmula ritual “ Ubi tu Gaius, ego Gaia” , y la concurrencia gritaba al unísono “ Feliciter!” y, después de meter el novio a la novia el annularíus, si ésta no tenía ese dedo muy gordo, nefasto error de cálculo que se consideraba mal augurio, comenzaba la fiesta que duraba hasta el amanecer. Toda ella muy simbólica, sin perder las tradiciones del tiempo de Romulo, pues lo primero que hacían los viris invitados era arrancar a la recién casada de los brazos del novio y la arrastraban hasta el nuevo hogar con dichos y canciones picarescas. La recién casada ingresaba en la casa acompañada de tres damas de honor portadora de un bastidor y un huso para que no se olvidara de su misión.

A continuación otra dama la conducía al concubitos donde la novia oraba y se concentraba, bien concentrada, ante el lectus geniales, es decir, el miembro viril de Mutunus Tutunus, una divinidad etrusca que tenía aquello con tanta generosidad como para que todas quedaran embelesadas y servidas, y ninguna descontenta. El acto final lo ejecutaba el novio desatándola el cingulum herculeum para pasarla por la piedra.

En fin, creo que me he alargado pero es que estas cosas son para alargarse. Otro día, si así os place, podríamos hablar del adulterium y divortii, instituciones muy parejas. Desde luego no tengo noticia de que los bárbaros, en sustancia, lo hicieran de otra manera. Incluso se aseguraba, por los magíster empapados en la historia de la Urbs, que Romulo ideó lo de las Sabinas inspirado en lo que le contó uno de sus viris germanicus asilados sobre el método que se empleaba, en su pueblo, para trajinarse a las walkirias suecas. Vale.

¡Saludos a tod@s!

Hola, amig@s, espero que este mi blog sea visitado por los interesados en una visión satírica y crítica de nuestra vida cotidiana. ¡Hasta pronto! Publio Valerio Poblicola